En busca de respuestas científicas
Nos hemos adentrado en el apasionante mundo de la Neuroarquitectura, un reciente campo de estudio que busca detectar e identificar cómo nuestro cerebro se ve afectado por el espacio construido que nos rodea. Esto afecta directamente a los espacios laborales, porque el 90% de nuestro tiempo lo pasamos en espacios edificados, ya sea domésticos, laborales o sociales.
Interioristas, diseñadores y arquitectos llevan décadas trabajando para que los entornos construidos sean espacios acogedores y placenteros. La arquitectura sensorial del siglo XX ya se preguntaba cómo la arquitectura podía afectar a nuestras capacidades cognitivas. Pero, ahora, la Neuroarquitectura da un paso más allá y buscar evidencias biológicas y anatómicas sobre cómo estos espacios pueden afectar a nuestro sistema nervioso y neuronal. En otra palabras, se trata de integrar la arquitectura simbolista y sensorial al campo de la neurociencia, con el fin de diseñar proyectos específicos guiados por la estructura cerebral de los usuarios.
La neurociencia como punto de partida
La neurociencia estudia el funcionamiento del sistema nervioso y sus elementos, así como sus interactuaciones, para hallar bases biológicas que expliquen la conducta y los procesos cognitivos del ser humano.
En lo que se refiere a la arquitectura, se sabe que el impacto del entorno afecta a la plasticidad neuronal. La interacción con el entorno y los procesos cognitivos provocan una constante alteración de la configuración neuronal, por lo que a una mayor neuroplasticidad, es decir, una mayor adaptabilidad de nuestro cerebro, hace que este proceso sea más efectivo.
Además, a lo largo de nuestra vida, aquellos estímulos que se vuelven más repetitivos o continuados fortalecen las conexiones sinápticas entre las neuronas, mientras que las neuronas cuyo estímulo desaparece acaban muriendo por no ser necesarias, reduciendo así nuestra capacidad de adaptación.
Mantener una variedad elevada de estímulos favorecida por el entorno permite conservar una mayor neuroplasticidad durante más tiempo, repercutiendo en el bienestar síquico y cognitivo de la persona y su capacidad de adaptación a nuevas condiciones vitales.
Objetivos de la Neuroarquitectura
El propósito de la Neuroarquitectura es ser capaz de detectar aquellos elementos espaciales y objetuales de los espacios (interior y exterior), que ayuden a estimular positivamente al usuario, con el fin de mejorar sus capacidades cognitivas, prolongarlas en el tiempo y mantener así la salud de su sistema nervioso.
A continuación exponemos algunos resultados a los que han llegado diversos estudios y que recoge el TFG de Miguel Malato Agüera en Escuela Técnica de Arquitectura Superior de la Universidad Politécnica de Madrid, y que pueden ser muy útiles a la hora de diseñar entornos laborales.
Espacios de movimiento
Entre los estudios realizados, se ha detectado que los movimientos motrices son elementos cruciales de la Neuroarquitectura. Es bien sabido que un individuo privado de la capacidad de movimiento sufre una degeneración de las funciones vitales.
De forma inversa, el movimiento y las transiciones entre los espacios aumenta la actividad del hipocampo cerebral, parte responsable de la orientación espacial, la evaluación del estrés y los primeros estadios de la memoria.
Se trata, pues, de crear proyectos donde las distancias se incrementen a través de conexiones, pero también de difuminar la arquitectura a través del paisaje y del entorno haciendo que los usuarios entren y salgan de las estancias construidas para acceder a diferentes actividades programáticas.
Así pues, se considera como algo “estimulante” introducir cambios de cota relacionados con las capacidades motrices de los usuarios: rampas, tramos de escaleras, saltos de nivel, superposición de elementos en el mismo recorrido. La arquitectura no es un objeto, es una acción, y por tanto, debe provocar la acción e incitar al movimiento.
La importancia de las volumetrías
Frente al estímulo del movimiento, se contrapone otro estímulo igualmente necesario: la esquina, como aquel lugar de protección, recogimiento, espacio-refugio, capaz de reducir nuestro nivel de ansiedad y estrés e hibernar los sistemas de defensa de nuestro organismo para liberar nuestros sentidos.
Pero estos espacios protegidos tienen que ser, a su vez, abiertos, y incorporar el estudio de las otras volumetrías estimulantes, como los techos altos.
Las personas situadas en un espacio relativamente alto tienen mayor índice de éxito en actividades que requieran un proceso relacional y creativo que suponga discernir información de distinto origen y encontrar vínculos entre diversas ideas. En contraposición, los espacios con techos más bajos inducen a una mayor facilidad en el desarrollo de acciones concretas y mecánicas, que no requieran tomar decisiones sino simplemente ejecutar órdenes sencillas.
Relación interior-exterior
Los diversos estudios confirman que, a pesar de estar en el interior de un entorno construido, todo aquello que nos evoque sensación de naturaleza controlada causa un efecto positivo. En términos de respuesta estética y afectiva, se traduce en bienestar psicológico, efectos psicofisiológicos y recuperación del estrés.
La naturalidad de la arquitectura no solo se trata de plantas y arbustos, sino más bien de las propiedades de la arquitectura para desarrollarse de una manera más natural. Cuanto mayor contraste y crecimiento gradual, más natural se siente un espacio sin naturaleza explícita.
Por otra parte, la posición del usuario dentro del espacio no debe ser fija, sino que se deben de propiciar cambios que alteren la perspectiva interior y la visión del exterior. Por ello, tener una variedad de perspectivas visuales contribuye al rendimiento cognitivo. Un espacio suficiente que permita cambiar la orientación del asiento y sus vistas puede ser beneficioso.
Espacios flexibles
La función de los objetos es fundamentalmente sicológica y social, pocas veces lo son por motivos utilitarios. Los objetos son una extensión de nuestra propia conciencia e identidad. Por esta razón, las estancias deberían encontrarse en continua evolución adaptándose a la realidad existencial de cada uno, no pudiendo ser planificadas como elementos acabados o estáticos.
Es fundamental proyectar espacios laborales que tengan capacidad de ser reconfigurados y adaptar sus elementos. Y el mobiliario debe permitir el cambio de posición acorde al sentir de cada usuario.
Los espacios y objetos totalmente rectos y de ángulos agudos muy acentuados también influyen en los usuarios, percibiéndose amenazantes a través de un proceso en la amígdala que puede desencadenar tensión o agresividad. Como publicamos en un post sobre sofás y asientos curvos hace unas semanas, la forma curva o sinuosa, por el contrario, tiende a disminuir la ansiedad y aporta beneficios a nivel neurológico.
Los estímulos del arte abstracto
Una de la curiosidades que han arrojado algunos estudios ha sido descubrir que el visionado de una obra de arte abstracto estimula positivamente el cerebro. Esto se debe a las “neuronas espejo”, que actúan reactivamente a lo que se observa. Lo que sucede con el arte abstracto es que no podemos descifrar objetivamente lo que estamos viendo, por lo que nuestras neuronas espejo no pueden reproducir instintivamente el acto.
Mientras que la representación de un paisaje, un retrato o una naturaleza muerta produce una actividad localizada en una zona concreta del cerebro, el arte abstracto induce a la acción a distintas regiones en una especie de búsqueda de relaciones con lo observado. La gran variedad de estímulos que recibe el cerebro frente al arte abstracto hace que éste no responda de forma predecible, sino que se establecen nuevas relaciones neuronales y nuevos recorridos sinápticos activando partes del sistema nervioso que, en condiciones normales, no hubieran interaccionado entre sí.
Esto se podrían extender a otras fórmulas artísticas, como el street art, los grafitis, los murales y diversas maneras que se utilizan para crear estímulos visuales en las oficinas modernas.
Los sentidos de los materiales
Frente a la arquitectura meramente visual, existe una arquitectura mutisensorial y táctil de la materia. En la actualidad, se da cierta hegemonía a lo visual y lo estético que inhibe otros sentidos más reales y palpables. En cierta manera, se han priorizado materiales estéticos sin tener en cuenta la totalidad de la percepción considerada esencial por la neurociencia.
El material no se puede definir únicamente por su color, su forma, sus tonos, sino también por la textura, su temperatura, tacto, envejecimiento, resonacia, incluso fragancia.
Madera, ladrillo, cerámica no son sustituibles por el hormigón y ha quedado demostrado que aquellos elementos con mayor carácter natural ayudan al desarrollo cognitivo y en especial en los procesos de recuperación médica.
Los materiales son poseedores de tres cualidades que tiene un impacto cognitivo directo: la textura, la dispersión o amplificación y el color. Por ejemplo, algunos estudios han demostrado que los cambios de textura al andar descalzos provocan un estímulo directo en el cortex cerebral, responsable del pensamiento. Por su parte, también se están estudiando las propiedades acústicas de los materiales y sus reverberaciones. Un diseño óptimo desde el punto de vista de su sonoridad no debe producir un ruido muy alto para no provocar ansiedad, ni tampoco muy bajo, pues provoca inquietud.
El poder del color
Ya en su día, publicamos un post sobre los efectos del color en las oficinas, donde queda constatado que colores influyen y condicionan el estado de ánimo de las personas. Por esta razón, es fundamental estudiar el efecto de las distintas tonalidades en nuestro cerebro y así emplearlos de la forma más eficiente.
El ojo humano percibe el color como un estímulo en forma de luz y el cerebro procesa esa percepción evocando sentimientos y emociones. Por ejemplo, los colores fríos (azules y verdes) provocan mayor relajación y una sensación de amplitud espacial. En tanto los colores de matices cálidos (rojos y naranjas) provocan mayor excitación o ansiedad y nos hacen percibir un espacio más reducido, aunque son conductores de emociones que transmiten energía y vitalidad.
Las propiedades intangibles de la luz
Las propiedades del espacio no solo dependen del estado físico de los objetos o de sus materiales, sino también se debe a elementos ambientales intangibles, como el impacto que genera la luz, el sonido y la humedad. De ellos, sin duda, la luz ocupa un lugar especial en las investigaciones neurocientíficas.
La luz natural ayuda a la concentración de las personas y genera un ambiente más amable que la luz artificial. Este tipo de luz obliga al cerebro a esforzarse más en la tarea a realizar y eso incide negativamente en la productividad. Además, la luz natural acerca a los individuos con el exterior de los espacios.
Bien es sabido que la luz tiene un papel vital en nuestro ritmo circadiano de actividad y de sueño. La luz fría (longitud de onda de baja intensidad) activa la proteína de detección de la la luz azul responsable de mantenernos despiertos y en un mayor estado de excitación, mientras que las longitudes de onda alta (colores cálidos), propios de la luz de la vela o la luz naranja, ayudan a conciliar el sueño mejor que las luces industriales.
Es preferible la irregularidad en la entrada de la luz, es decir, en lugar de disponer únicamente de ventanas corridas que inunden el espacio de luz directa, se deben colocar elementos que disgreguen la incidencia sobre las superficies, propiciando así los cambios de posición de la penumbra y la claridad a lo largo del día, añadiendo un nuevo vector de estímulo.
La Neuroarquitectura apenas empieza a dar sus primeros pasos, pero de forma determinante, aportando datos inequívocos de los que afecta el entorno a los seres humanos a partir de una base científica y no meramente experiencial, intuitiva o esteticista. Con la conjunción de estas dos disciplinas, los profesionales tendrán una base científica para trabajar y crear proyectos más acordes con las necesidades de los usuarios.
Fotos: OfficeSnapShot