Hablar de la lámpara Fortuny es adentrarse en el rico e inabarcable universo de Mariano Fortuny y Madrazo. No es un diseño aislado ni una pieza más de la obra de este gran artista y creador sin par, al que llamaron el Leonardo da Vinci del siglo XX. Todas sus creaciones forman parte del concepto wagneriano de obra de arte total, una doctrina que debía aunar todas las disciplinas, artísticas y científicas. De extraordinaria y compleja personalidad, la extensa producción creativa de este polifacético artista e inventor incluyó campos tan diversos como la pintura, el grabado, la escenografía, la luminotecnia, la fotografía, el diseño y estampación textil y la moda.
La familia Fortuny y Madrazo
Hijo del célebre pintor aragonés Mariano Fortuny Marsal y de Cecilia Madrazo, hija, nieta, sobrina y hermana de la saga de los pintores Madrazo, Mariano se desarrolló en un ambiente de artistas y coleccionistas (su madre era coleccionista textil, hecho que influiría sobre manera en Mariano).
Nacido en Granada, junto a la Alhambra en 1871, vivió en Roma, París y Venecia, donde se establecería hasta su fallecimiento en 1949. De espíritu humanista y curiosidad innata, dedicó gran parte de su vida a la experimentación creativa y a la investigación científica.
Una vida en Venecia
Registró más de 38 patentes, incluido la del célebre diseño del vestido Delphos, que atribuyó a su esposa y musa, Henriette Negrin, a la que conoció en la capital francesa en 1902, y el nuevo método para estampar telas que inventó. Con Henriette llevó a cabo múltiples proyectos y diseños, y montó la famosa fábrica textil en Giudecca.
Venecia jugó un papel fundamental en su desarrollo: era una ciudad cosmopolita, donde la cultura occidental se mezclaba con la oriental, de forma que constituía una patria perfecta para un hombre que había experimentado el arte y los viajes desde la infancia.
Mariano y Henriette se instalaron en la planta superior del palacio Pesaro degli Orfei, su taller – que más tarde se convirtió en museo -, donde realizaron algunas de las creaciones de moda y diseño más extraordinarias del siglo XX. Sus vestidos de seda plisados, abrigos de terciopelo y chales étnicos son la expresión de un estilo intemporal, que aún hoy día actrices y modelo llevan como una prenda moderna y contemporánea.
Una de las salas del recién reformado Museo Fortuny, en Venecia.
Pasión por el exotismo
Todas sus invenciones constituían unas combinaciones únicas de estilos e influencias de culturas antiguas y lugares remotos realizadas, sin embargo, con las tecnologías más innovadoras. Así, logró conciliar en sus trabajos la tradición con la modernidad por medio de la técnica.
A la vez que realizaba escenografías y vestuarios para las grandes óperas de Wagner, estampaba exquisitos textiles por medio de técnicas que mezclaban lo oriental con lo occidental, pero con tecnología modernísima para la época. Fortuny buscaba inspiración en la antigua Venecia, Grecia, Egipto, Florencia, Persia, Asia, Sudamérica y Extremo Oriente. Sus innovadores métodos creativos, que transforman las fuentes históricas en expresiones modernas, le diferencian de sus contemporáneos.
La cúpula Fortuny
Fortuny amaba experimentar con la luz y en su época fue un famoso inventor y un técnico de iluminación de escenarios. De hecho, sus hallazgos aún se utilizan en prestigiosos teatros de todo el mundo.
Su interés por la luz estaba indisolublemente ligado a su pasión por el teatro, que desarrolló durante el siglo XIX en París. En la capital francesa, Fortuny era un asiduo de las bambalinas de los teatros y empezó a crear maquetas y escenarios en miniatura, experimentando con nuevas aplicaciones de la electricidad. A finales del siglo XIX, cuando se traslada a Venecia, realiza una investigación sobre la iluminación escénica y sus efectos artísticos. Creía que el uso de luz difusa indirecta era el único método que permitía transmitir veracidad a la audiencia. Así nació el legendario “Sistema Fortuny”, una auténtica revolución en la tradición escénica del teatro italiano.
Los fondos pintados fueron retirados y reemplazados por proyectores móviles, para obtener el efecto en plain air y un juego de luces. El sistema consistía en una cúpula de hierro y tela, una sección cóncava en forma de cuarto de esfera, que, englobando la escena, actuaba como foco de luz y cuyas paredes de algodón se apoyaban en una carcasa metálica plegable con arcos tubulares, y de un mecanismo de iluminación indirecta, que incluía lámparas, bandas de seda giratorias, espejos y dispositivos de proyección.
El resultado final fue una escena homogéneamente iluminada, en la que se alternaron matices de color, y que permitió al público sumergirse la obra. El éxito de su propuesta fue inmediato. Fortuny usó sus luces indirectas para diseñar los decorados de Tristan e Isolda, representados en el teatro La Scala de Milán en 1900, y su sistema debutó oficialmente el 29 de marzo de 1906 con el ballet de dos piezas con música de Charles-Marie Widor y celebrada en el teatro privado de la condesa Martine de Béarn.
Fortuny y la luz
Al trabajar como técnico de iluminación, realizó numerosas obras de alto perfil, además de producciones teatrales revolucionarias. Después concebiría bellísimas lámparas de formas cupulares, en cristal o material textil, de un historicismo muy elegante, y también diseñó muebles, sistemas de almacenaje de materiales artísticos, métodos de revelado fotográfico…
Los diseños increíblemente modernos de Fortuny, que incluían tanto los célebres difusores como la invención del dimmer (una herramienta que permitía controlar la intensidad de la luz que salía de las lámparas), permitieron proyectar en los teatros luces de colores y crear un sistema más eficaz y eficiente de iluminación teatral. En definitiva, inventaba herramientas, métodos y sistemas que hicieran posible sus creaciones.
La lámpara Fortuny
A partir de este mismo sistema, pero trasladado al entorno doméstico, en 1907 ideó una lámpara de pie semiesférica cuyo interior reflejaba la luz de la bombilla central. El efecto de la cúpula Fortuny fue trasladado a pequeña escala a sus lámparas, que fueron el resultado directo de la investigación que llevaba a cabo sobre las técnicas de iluminación teatrales y constituyeron una auténtica innovación a principios del siglo XX.
Estas majestuosas lámparas de tres patas, con pantalla de aluminio y estructura de acero, pueden girar e inclinarse a 360° y están dotadas de la tecnología del difusor creada por Mariano Fortuny, lo que les confiere una gran flexibilidad de uso.
Hay diferentes versiones dependiendo de la base: con un solo pie se llama Atelier y con trípode, Studio. Sus acabados varían también: con acabado negro, blanco o marrón, e interior de pan de oro o de plata.
Su fabricación es sumamente artesanal realizadas a mano en la fábrica Fortuny de Venecia y se venden las tiendas Fortuny de Venecia, París y Londres, cuyo precio ronda los 4.000 €.
En este vídeo puedes ver su proceso de su elaboración.
Lámpara Icaro en tres niveles, realizada en pan de oro (izquierda) y fibra de vidrio color marfil (derecha).
La lámpara Scheherazade de seda con diseño floral refleja lo mucho que le gustaba a Mariano Fortuny combinar el mundo veneciano con el oriental. La elegante estructura de 3 niveles tiene la forma de una pagoda al revés y se cuelga mediante una delicada red de cables decorados con cuentas de cristal de Murano.
Diseños y estampación textil
Especial interés en su obra tiene la estampación textil, siempre llevada a cabo por medio de ingeniosos métodos basados en procedimientos de su invención. Sin olvidar su faceta de diseñador de lámparas o su trabajo como fotógrafo, gran parte de su fama se sustenta en el éxito que obtuvo con sus creaciones de moda.
Fortuny creó sus propias fórmulas de tintes y pigmentos basándose en las antiguas técnicas de los maestros, lo que confiere a sus materiales un aura de auténtica antigüedad. Increíblemente duraderas y con una esencia de otro mundo, sus piezas eran tan desconcertantes que abundaban los rumores de brujería y magia, y Fortuny llegó a ser conocido como el «mago de Venecia».
El vestido Delphos
La más afamada de sus creaciones textiles fue el vestido Delphos, inspirado en el quitón, la túnica que vestían hombres y mujeres en la antigua Grecia. Fortuny no era modisto ni sastre, no era eso lo que le interesaba. Su intención era crear una pieza de vestir única con una innovadora técnica de plisado, que caía sobre el cuerpo de. la mujer, realzando su figura, sin necesidad de corsés y otras estructuras casi siempre obligatorias en la moda del momento.
Este sistema especial de plisado de la seda, un secreto celosamente guardado, al parecer pudo ser autoría de su esposa Henriette. Si bien la patente se registró en 1907 solo a nombre de él, en confianza solía atribuírsela a ella. Y ya viuda, la propia Negrin incidiría en ello en una carta manuscrita a su amiga Elsie Lee McNeill, también su sucesora al frente de la marca, en la que de paso le daba instrucciones para terminar con la producción del Delphos. Este diseño fue llevado por las mujeres más modernas de la época, que buscaban libertad de movimiento y expresión, como Eleonora Duse, Isadora Duncan, Ellen Terry y Oona Chaplin.
Izquierda: Vestido Delphos en satén plisado verde celadón. Con cuello barco, manga caída y largo hasta el suelo. Bordeado perimetralmente por cuentas de pasta vítrea y acompañado de un cinturón decorado con una greca estarcida en dorado. Perteneció a la familia Chaplin (©Museo del Traje, Madrid). Derecha: las tres hijas adoptivas de Isadora Duncan, con sus vestidos Delphos, epítome de la modernidad.
El Palazzo Pesaro degli Orfei, de cara al Campo San Beneto, sede del Museo Fortuny.
El legado de Fortuny
Mariano Fortuny muere en Venecia en 1949 y le sobrevive su mujer Henriette hasta 1965. El gran legado del matrimonio incluía, además del palacio Pesaro degli Orfei, colecciones de pinturas, dibujos y grabados, fotografías, telas, vestidos, lámparas, muebles y aparatos escenográficos, así como los derechos de sus patentes e inventos, el contenido de su biblioteca y el de su importantísimo archivo privado y los peculiares objetos de su cámara de las maravillas.
El deseo de Fortuny era que todo ello fuese legado a España tras su muerte, tarea que encomendó a su esposa, Henriette. El gobierno franquista no quiso hacerse cargo del legado y, por diversas causas y oscuros intereses, no llegó a cumplirse la voluntad de la viuda. De hecho, tras su fallecimiento en 1965, y al no tener hijos el matrimonio, la mayor parte de los bienes pasaron a manos de familiares y amigos de la pareja, para luego ser vendidos en casi su totalidad a instituciones públicas y coleccionistas particulares, lo que propició la dispersión de un patrimonio artístico y cultural único y representativo de un determinado momento de la historia del arte y de la singular personalidad de Fortuny.
Afortunadamente, la Comune di Venezia se hizo cargo del palazzo y parte de su contenido, para ser abierto al público como Museo Fortuny hasta el día de hoy.
La interiorista Elsie McNeill Lee, la Condesa Gozzi, toma el relevo de las producciones textiles de Fortuny
La fábrica Fortuny
Fue precisamente la interiorista Elsie Lee McNeill quien tomó el relevo de la firma, ya que había convencido a Fortuny para que le cediera los derechos exclusivos para vender la marca en Estados Unidos. En su tienda de Manhattan, vendían los textiles y los vestidos del artista, desde el Delphos doble hasta el vestido Eleonora.
A la muerte de Mariano, Henriette no tenía fuerzas para poder llevar las riendas del negocio, y le propuso a Elsie que tomara el relevo. La diseñadora de interiores vendió su villa italiana para rehabilitar la fábrica, y vivió a caballo entre Venecia y Estados Unidos, al frente de la firma que sigue vigente a día de hoy. Poco después se casaría con un noble veneciano, y pasaría a ser también la condesa Gozzi. En 1988, ya nonagenaria, vende la empresa a su abogado y amigo, Maged F. Riad, que, junto a sus hijos, son los actuales propietarios de la fábrica.
La fábrica Fortuna en la isla veneciana de la Giudecca
La compañía cuenta con unos archivos masivos donde pueden encontrarse desde dibujos de diseños y textiles originales a pinturas, pasando por vestidos plisados, abrigos y terciopelos estampados. Todo un legado de Mariano y de la propia condesa que sirve de inspiración y punto de partida para un catálogo de tejidos igual de vasto actualizado con diseños propios. Eso sí, aplicando los mismos métodos de Fortuny: “Seguimos produciendo tejidos en la fábrica original, en las mismas máquinas, y utilizando los mismos procesos y técnicas desarrollados por él. Igual de importante, hemos asimilado el amor de nuestro fundador por la tecnología y la innovación y estamos ampliando también nuestras técnicas”, señala Riad.
El mundo del arte nacional se lamenta no haber podido traer a España el inmenso legado de Fortuny, pero, a la vez, se congratula de que sigan vivas sus creaciones más importantes.