Han tenido que pasar muchos años para que el apellido Guastavino sea recuperado del olvido. Y es que, cuando sus familiares valencianos contaban que los Guastavino tenían una empresa de construcción floreciente en Nueva York, pocos daban crédito de ello. Esta es su (resumida) historia.
De Valencia a Barcelona
Rafael Guastaviano nació en Valencia, junto al mercado de la Seda, en 1842, hijo de ebanista, con descendencia italiana. Con 19 años se instala en Barcelona para estudiar en la Escuela de Maestros de Obra, lo que más adelante fue la escuela Superior de Arquitectura. Allí aprende la técnica de la bóveda tabicada o bóveda catalana, que procedía de la tradición mediterránea, ya empleada por árabes y romanos.
En Barcelona, patenta el sistema de construcción de techos abovedados, pero mejorada, pues utilizaba cemento en lugar de yeso y estaba rematada con un acabado cerámico ignifugo. Fue toda una novedad en la época, no solo por su bello resultado estético, sino por la rapidez y bajo coste de construcción.
Entrada a la iglesia Riverside en Nueva York con bóvedas guastavinas de estilo neogótico y su característico ladrillo mediterráneo. El tatarabuelo de Rafael fue Juan Manuel Nadal, un maestro de obras y constructor de prestigio que, en el siglo XVIII construyó al menos 22 iglesias, entre ellas, la iglesia de San Jaime de Villarreal que muy probablemente impactó al joven Rafael.
Empiezan los líos…
Hacia 1860, se estaba construyendo el Ensanche barcelonés, un hito arquitectónico que Guastavino aprovechó para hacer sus primeras construcciones. Obras suyas son la fábrica textil de Batlló y también el teatro Massa (recientemente remodelado).
Y así empieza la historia extraordinaria de este hombre brillante y caótico, que huyó a Nueva York en 1881, a los 39 años, sin contactos, sin hablar inglés, con 40.000 pesetas que había conseguido con una pequeña estafa en la construcción del teatro Massa.
Su mujer legítima (que además era su prima), harta de sus líos mujeriegos, se fue a Argentina junto a sus tres hijas a las que nunca más volvió a ver. A Nueva York viajo con hijo de 9 años, también llamado Rafael, su amante y las dos hijas de ésta (que no aguantarían el clima del norte y volverían a Valencia).
La cúpula del Grand Central Station, obra de Guastavino. Este magnífico edificio se salvó de la demolición por la oposición popular e intervención de Jackie Kennedy en 1975. Este hecho circunstancial fue vital para recuperar la figura de Guastaviano. La Pennsylvania Station, donde también había obra suya, no tuvo tanta suerte y fue demolida en 1963.
Oyster Bar & Restaurant (1913) se inauguró con la apertura del Grand Central Station y, cuando en los años 70 se recuperó la estación, también abrió nuevamente el restaurante especializado en marisco preparado a la americana, con una oferta de 25-30 tipos de ostras.
New York, New York
No cabe duda del arrojo de Rafael Guastavino, del que también se decía que era un gran hablador, simpático, amigable, ingenioso, pero caótico y muy dejado para los números. Los que lo conocieron decían de él que tenía un talento increíble, entusiasta, enérgico, brillante, aunque todos coinciden en que que era muy descuidado en asuntos financieros y personales. Y esto tuvo repercusión en sus negocios, pues siempre estaba al borde de la ruina, sobre todo, en los primeros años.
Las impresionante cúpulas del mercado bajo el puente de Queensboro claramente están inspiradas en las del Mercado de la Seda de Valencia, con series de columnas que emergen del suelo como troncos de árboles. Recientemente han sido reformadas, tras años de olvido sometidas a condiciones extremas de filtraciones de agua y movimientos del tráfico rodado, demostrando su extraordinaria calidad constructiva en este su primer siglo de existencia.
Un comerciante convincente
Los principios no fueron fáciles al no saber inglés, no conocer a nadie y no tener dinero. Pero su habilidad comercial le permitió adentrarse en los círculos de constructores de la ciudad. Se cuenta que para convencer a los constructores que emplearan su sistema de cúpulas, construyó unas bóvedas en un descampado, a las que colocó kilos de lingotes de hierro y prendió fuego cual “cremá” valenciana, ante la estupefacta mirada de los presentes. Una vez extinto el fuego, se comprobó que la cúpula permanecía intacta, hecho que fue definitivo para el éxito del sistema de bóvedas, habida cuenta del terror que profesaban por los destructivos incendios de la época, que habían arrasado miles de edificios, especialmente en los incendios de Chicago y Boston.
El Great Hall de Ellis Island, la primera parada de los emigrantes que entraban por el puerto de Nueva Yor. Durante años, el edificio estuvo en desuso sufriendo las inclemencias de un clima húmedo y frío. Cuando empezaron las obras de restauración, los arquitectos quedaron estupefactos: solo tuvieron que repone una docena de piezas cerámicas de Guastavino.
Guastavino Company
Con su hijo Rafael estableció una relación muy singular, al ser el único familiar al que estaba unido. Desde niño lo llevó a las reuniones con clientes y constructores, y lo introdujo con avidez en el mundo de la construcción. Con solo 20 años, Rafael Jr. ya se dedicaba al completo a diseñar, incluso sin ser arquitecto. De esta unión aquí nacería la “Guastavino Company”, con la que crearon todo un imperio.
El hecho de que se llamaran igual ha creado una cierta confusión, ya que la figura y nombre del padre se prolonga en la del hijo, y muchas obras de “Rafael Guastavino” son del hijo, no del padre.
La biblioteca pública de Boston fue su primer gran proyecto y el que le permitió levantar su compañía.
Primeros encargos
A partir del experimento pirotécnico que convenció a los expertos, recibe su primer trabajo importante. Fue con el arquitecto Charles Follen Mackim para la Biblioteca Pública de Boston. Finalizada la obra con gran éxito, Guastavino empezó a recibir muchos encargos.
Con el sistema de la bóveda tabicada crearon una marca, que se conoció como el “sistema Guastavino”. Y un encargo trajo otro, hasta más de 1.000. Guastavino Company estuvo en activo más seis décadas, hasta los años 60, durante las cuales realizaron más de mil construcciones de todo tipo y naturaleza: clubes sociales y auditorios, edificios de apartamentos y de oficinas, fábricas, colegios y bibliotecas, iglesias y bancos, edificios públicos y residencias privadas.
Sistema patentado
En 1885 patenta su gran sistema de tabicación, que, curiosamente, había sido inventado siglos atras. No obstante, lo cierto es que logró mejorar su diseño, utilizando mortero Portland, que le permitía realizar una capa más fina y construir en grandes estructuras sin andamios. El sistema lograba reducir los tiempos y costos de construcción, además de mejorar la durabilidad y, lo más importante, su capacidad ignífuga. Sin duda fue toda una revolución en la arquitectura moderna de Nueva York, que acogió el invento con los brazos (y los bolsillos) abiertos.
Estación City Hall de Manhattan, donde las cúpulas de cerámica vidriada de Guastavino se alternan con vidrieras emplomadas.
El imperio crece
En este sistema se empleaban piezas de ladrillos muy finos, que no se podían importar de España por su alto coste. Por esta razón, Guastaviano, muy hábilmente, decidió montar su propia fábrica para hacerlos en Estados Unidos. Así nació en 1889 la Guastavino Fireproof Construction Company, su gran negocio, con el que hizo una verdadera fortuna. La Guastavino Company construyó otra fábrica, la de cerámica, y registró hasta 24 patentes de construcción, aunque la más importante fue, sin duda la llamada “volta catalana”. Llegaron a tener 12 oficinas por todo el país, e hicieron proyectos en Cuba, Canadá México y la India. Como dato curioso, el jefe de obras de la Compañía era un irlandés, Elías Disney, padre de Walt Disney.
Della Robbia Bar, en el antiguo Hotel Vanderbilt de Nueva York (1912). El hotel fue derruido en los años 60, pero se conservó el techo abovedado del restaurante (el único con esmalte cerámico azulón que se conserva). Está declarado Bien Patrimonial de la Ciudad de Nueva York, algo no muy frecuente en la ciudad.
El fin de una dinastía
Rafael Guastavino Moreno murió en 1908, a los 55 años de edad. En la necrológica que publicó el New York Time, se refirió a él como “el arquitecto de Nueva York”. Y no es para menos, los 360 edificios que realizó en la ciudad así lo confirman. Guastaviano nunca volvió a España, pero se sentía profundamente valenciano. En los últimos años se retiró a su casa de Ashville, con su mujer, y se cuenta que ahí hacía espléndidas paellas regadas por su propio vino, a las que invitaba a todas las autoridades de la villa, incluido el cura. Muy español.
Su hijo Rafael Guastavino Expósito continuó su legado, hasta su muerte, en 1950. Lamentablemente, la tercera generación no supo mantener el legado empresarial y la Guastavino Company cerró hacia 1960.
The Nebraska State Capitol Building, construido por Rafael Guastavino hijo en 1924, que proyectó la empresa a nivel nacional e internacional.
Genio y figura
Guastavino fue el primer y más importante arquitecto español fuera de nuestras fronteras, antes incluso que Gaudí, quien sin duda se inspiró en su obra. Lo realmente inconcebible es que, hasta 1970, no se estudiara la obra de Guastavino, que permanecía en el olvido.
En la actualidad, el ayuntamiento de Nueva York publica un fascículo, New York’s Guastavino, que indica un recorrido para visitar sus obras, que han sido parte y arte de la “Gilded Age” de Nueva York y que atraviesan el desarrollo de la ciudad a lo largo de la primera parte del siglo XX. Valenciano tenía que ser…
Fotos: Michael Freeman